Walt Whitman es el poeta más influyente de las letras norteamericanas. Nació en 1819 en West Hills, Long Island. Finalizó sus estudios formales a los 11 años y empezó a trabajar como aprendiz en el semanario The Patriot, donde comenzaría a escribir sus primeros textos. Tras su paso por otros periódicos y revistas, en 1850 decidió dedicarse plenamente a la poesía. En 1855 dio a conocer su primera edición de Hojas de hierba, integrada por 12 poemas y cuyos 795 ejemplares fueron costeados por el mismo autor.
Durante la Guerra de Secesión, Whitman ejerció voluntariamente como enfermero en Washington D. C., experiencia que recogería en El gran ejército de la enfermedad (1863) y Memorias de la guerra (1875). Finalizado el conflicto en 1865, publicó Redobles de tambor.
Mientras trabajaba como empleado en la Oficina del Fiscal General, Whitman continuó escribiendo y completando las sucesivas ediciones de Hojas de hierba hasta la novena y definitiva, la cual contiene más de cuatrocientos poemas.
El crítico Harold Bloom escribió: “Si eres estadounidense, Walt Whitman es tu padre y madre imaginarios, incluso para quienes como yo mismo, nunca han escrito versos”. Bloom cree que Whitman es “Adán de buena mañana enfrentando a un Dios que no lo había creado y que lo necesitaba para ser Dios”. Afirmación significativa si se tiene en cuenta que Whitman se consagra a sí mismo como un nuevo Adán por la misma época en que el pensamiento europeo proclamaba la muerte de Dios.
“El poeta de los cantos adánicos”, se llama a sí mismo Whitman: el que da nombre a las cosas y celebra la voluntad humana y la alegría de la vida.
En un ensayo reciente, el poeta estadounidense Ben Lerner sostiene que hasta los discursos de los políticos están atravesados por Hojas de hierba. Whitman es a Estados Unidos lo que Dante es a Italia.
Whitman inventó un tono a la vez potente e íntimo, sabiamente ingenuo, que le habla a la multitud con alta voz y a cada uno al oído, provocador y amonestante, con una cadencia que se graba en la memoria como el anuncio perentorio de una nueva era. Una era en la que los hombres y las mujeres son hermanos y nadie es más que su prójimo, en la que todas las formas del amor y del goce físico del amor no sólo dejan de ser pecado, sino que pasan a ser virtud, en la que el cuerpo humano y el cuerpo de la naturaleza se suman en una unidad superior y armónica. Esa nueva era tenía un nombre ineludible: la democracia americana.
La voz de Whitman suena profética en muchos pasajes porque su canto no evoca un pasado glorioso como en las grandes epopeyas. Whitman se dirige al presente y al futuro, al momento en que cada hombre y cada mujer será un ciudadano y un héroe en sí mismo.
Borges propone la idea de que Hojas de hierba inventa un género: el de la epopeya en el que el héroe no es superior a los demás sino, al contrario, es un igual, un semejante: “El mayor experimento que la historia de la literatura registra”.
Whitman propone la riqueza del futuro, donde todos los grandes augurios son realizables. Por eso su entonación está siempre más cerca del himno que de la elegía; por eso su voz no invoca una antigüedad gloriosa sino una fuerza que surge a cada instante desde el porvenir. Para Whitman, la felicidad es estar en un mundo que huele a hojas de hierba.
Se ha comparado la figura de Whitman con la figura de Baudelaire en Francia. Ambos poetas son imprescindibles como fundadores geniales de la modernidad; ambos, además, se parecen en un rasgo esencial: dedicaron su vida a la composición, corrección, aumento y equilibrio interno de un único libro. Un libro por el que fueron amonestados, censurados, acusados de pornógrafos: Whitman no fue sometido a juicio por inmoralidad, como Baudelaire, pero perdió uno de los pocos trabajos estables que tuvo en su vida, en dependencias gubernamentales de Washington, hacia 1865, porque a su jefe le resultaron obscenos algunos de sus poemas.
El simbolismo francés establecía, entre 1870 y el fin de siglo, las bases de la ruptura de las formas tradicionales y el verso clásico que había regido hasta Baudelaire. Whitman, que seguramente desconocía esa nueva ola europea, se había inclinado por el versículo, una forma flexible y fluida, cadente y melódica, que retrotrae en cierto modo la poesía en su origen lírico, es decir, musical, melódico. Por eso el nombre de “Canto”, ya que el poema parece escrito con la naturalidad de quien silva mientras camina.
Uno de los recursos que Whitman utiliza con mayor insistencia es el denominado enumeración caótica.
Cuando Whitman tuvo en sus manos la primera edición de su libro Hojas de hierba, envió ejemplares del libro a las personalidades con mayor peso intelectual de su tiempo. Fue ignorado por todos, excepto por Ralph Waldo Emerson, precisamente aquel que con mayor clarividencia había razonado la necesidad de que la democracia americana tuviera su poeta, original, no parecido a ningún otro, no imitador de ningún otro.
En ocho ocasiones había reeditado su único libro de poemas, siempre aumentándolo, con una fe inquebrantable en su obra contra las recomendaciones o admoniciones ajenas. Con carácter definitivo a sus veintiséis años, publicó el germen del que sería su gran libro, sólo dado por concluido casi cuarenta años más tarde, en el lecho de su muerte.
Murió el 26 de marzo de 1892 en New Jersey, semanas después de la edición definitiva Hojas de hierba conocida como “Deathbed edition”.
Walt Whitman fue el poeta de la democracia, de la naturaleza, del deísmo, de la libertad, de la sexualidad, la sensualidad y el vitalismo. Sus célebres Hojas de hierba lo sitúan en la tradición de los más grandes poetas de todos los tiempos.
Fuente: Walt Whitman, Obra Escogida. Introducción de Edgardo Dobry. Penguin Random House Grupo Editorial, Edición abril 2017, España.