A pesar de señorear en mar y tierra,
en el cielo y el abismo,
al mirarte te adoré.
Yo te amé con todo el ímpetu de mi alma.
Te soñé despierta en los dominios
de esta desolada dimensión,
donde nada era prohibido para mí.
Y nació en mi pecho ardiente
la sagrada obstinación
de poner al mundo entero en tu poder.
Quise entre tus manos
asentar todos los reinos invencibles
de este mundo indócil.
No hubo fuerza competente
que frenara aquel designio
que aspiraba para ti.
Fue mi anhelo ver salir el sol
por el punto cardinal de tu mirada
penetrante y fría.
Pero para ti mi portentosa dádiva
no fue bastante.
Es muy poco lo que doy
ante tu crítica egoísta.
Para ti jamás será perfecto mi homenaje.
Quise darte un universo de manzanas verdes
y de rosas del color azul de tu mirada,
quise darte la divinidad
de la tibia desnudez
de mis noches con sus madrugadas,
quise darte la grandeza
de mi patria de azucenas,
los misterios de las rosas rojas
en el sur de mis inviernos,
quise tantas veces dibujar con letras grandes
nuestros nombres en el cosmos
de mis dimensiones paralelas.
Pero me sentí morir
cuando vi que tu deleite estaba
en rosas blancas de otro huerto.
Y partí con rumbo fijo hacia la tierra
de la eterna temporada de huracanes.
Me marché
con las dádivas que despreciaste
y ahora llevo marchitadas en el alma.
Y en mis noches de murciélagos
y de té de manzanilla
te recuerdo con dolor.
Te recuerdo y siento miedo del relámpago,
del trueno,
de la lluvia
y de mi silente soledad.
Yo sé que, en el silencio
de tu orgullo inquebrantable,
tus deseos se arrodillan
ante mi pecaminosa voz de madrigal
y mi discurso de tornados.
Pero no merezco yo gozar
de tu inalcanzable apreciación,
mi señor de imperios acabados,
aunque yo reinando estoy
sobre tus noches y tus días,
aunque te permita gobernar sobre mi creación.
Te entregué mi enloquecido corazón,
apasionado e impulsivo.
Cuando cierren estas últimas heridas,
ya quizás te olvidaré,
pero estas noches solo cantan mi desgracia
y el final de nuestra historia,
que jamás será contada.
Llegarán los tiempos
en que ya no escriba más poemas en tu nombre,
pero aún arde sin cesar
aquel martirio inmerecido
que me quema la conciencia día y noche.
Sigue siendo 11 de enero en esta playa,
hay tormentas de reproches
y de sidras de manzanas.
La Dama de Vermut