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Mil inviernos de distancia

Actualizado: 1 ene 2022


Hay errores

que calcinan nuestra vida al despertarnos.

Hay errores

que envenenan sin piedad nuestra consciencia.

Hay errores

que encadenan nuestra alma

a una eterna enfermedad que nos destruye

con el paso de los días.

Hay errores

que lapidan nuestro espíritu.

Hay errores como tú.



Llevo siglos preguntándome a mí misma

cómo puede ser tu alma

tan sombría y perniciosa,

cómo puedes silenciar

el cantar de las mentes ilustradas

para que millares de adoquines

vociferen las más viles aseveraciones.

Llevo siglos castigándome la vida y la conciencia

por amarte alguna vez.



Mi silencio es un lamento

que desgarra las paredes de los aires,

un lamento que no deja de llover,

que no deja de quemar,

porque sigues en el centro del oscurantismo

de este mundo sordo y ciego.

¡Pero, al fin,

he logrado desterrar de mi alma libre

todos tus risibles dogmas y voracidades!

No hay condena que me obligue a arrodillarme

ante reyes impalpables y baldíos.



Tus pisadas en la tierra nos dejaron

el desagradable aroma de la muerte y la miseria,

nos dejaron una raza inhábil

que desde su oscuridad

se proclama superior

a los hombres elocuentes;

una raza de villanos

con espíritus cobardes

que torturan y asesinan

a los sabios y a los genios,

y a las brujas ilustradas como yo.



En mi vida eras tú la asignatura principal,

te adoraba con el ímpetu

de un mar enfurecido.

Te adoraba,

pero no puedo olvidar aquellos días

en que me dejaste sola

en la guerra entre dos mundos

que tú mismo provocaste.

Y te convertiste en la corona de aguijones

que se clava en mi cabeza

convirtiéndome en la reina

de un país sin habitantes

y dejándome un tumor de absurdas historietas

en mi mente.



Tengo todo el arrebato de este mundo acumulado

en cada gota de mi sangre.

Da tristeza recordar que nosotros,

siendo dioses de los aires,

una vez nos doblegamos

ante sombras como tú.



Tú, mediocracia abominable,

uno de estos días

vas a recibir el escarmiento que mereces

por la guerra sin final

que iniciaste en mi interior,

porque ríes

mientras tantos hombres agonizan,

porque callas

mientras llora el alma quebrantada de la tierra,

de los astros, de los aires y los mares.



Tú, religión abominable,

llegarán los tiempos de negroni

y germinará en el Reino de los Aires

un ejército de hombres desafiantes

que te mirará a los ojos

y jamás se postrará

ante tus divinas amenazas;

y no luchará para vencerte,

pero volará muy alto

sobre los escombros de tu inexistencia;

y te lanzarás tú sola hacia la hoguera,

dejarás de ser creencia irrefutable

y serás mitología para siempre.



Mil inviernos de distancia yo pondré

entre tu cielo imaginario

y mis infiernos de rosales y claveles,

porque tú jamás serás capaz

de formarte un ideal.

¡Mil inviernos de distancia,

enemigo del progreso y de la diferenciación!

¡Mil inviernos de distancia,

asesino de la originalidad por tantos siglos!

No me muestres esa cruz,

no eres el protagonista de esta historia.



Fuiste tú quien derramó

el primer suspiro de sangre en este juego.

Puedo ser tan implacable e inhumana en mis jugadas

que tú mismo te darás el jaque mate,

terminando la partida.

Pero no quiero ensuciarme la existencia

nuevamente con usted.

¡Mil inviernos de distancia!

Fin de nuestra alocución.



Cordialmente,

mis demonios y yo


La Dama de Negroni

 

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