Desalmadas y feroces
son las tardes de tu ausencia en primavera.
El dolor es más intenso
cuando caen las horas del crepúsculo.
Se agudiza cuando pienso
que tendré que resignarme a no tenerte
y a extrañarte para siempre.
La distancia me ha dejado
la presencia de tu sombra en las partículas del aire
y en mi habitación desordenada y desquiciada.
Hace meses yo era la suprema mandataria
de este reino en el futuro;
yo tenía la aspiración de este mundo conquistar,
pero a tu lado.
Hace meses yo era el arte,
la pintura
y las ganas de crear;
yo quería concederle un tono rosa
a la desdichada historia de esta humanidad.
Pero todos mis deseos se han marchado tras de ti.
Solo quiero sumergirme en tu sudor,
aunque encuentre en tus abrazos
de mis siete vidas moribundas el final.
El discurso de tu aliento echó raíces
en los mares de mi angustia.
Allí escondo tantos besos infinitos para ti,
porque bruscamente te apareces
y el diluvio de tu sombra va cayendo
sobre el suelo llano de mi verso impredecible.
Y te entrego media vida en mis poemas otra vez.
Y les crecen alas a mis versos,
unas alas como las de los guerreros de los aires.
¡Se termina el cautiverio,
la poesía ahora es libre!
Vuela lejos de estas calles tan funestas
a un lugar donde puede acariciar
el perfume de tu sombra,
a un lugar inaccesible para mí.
Me he quedado encadenada
a las desdichadas piedras del camino,
esas piedras
que me lanzan gritos de tortura al mediodía.
Mi alma llora al escucharlas,
recordando que ya nunca volverás.
Es un cementerio de almas vivas
este pueblo si no estás.
Pero llega el imponente atardecer
y mi vida se complace
con el canto de ballenas jorobadas
que regresan cada año a Samaná;
y de pronto reaparece tu sonrisa
de escorpión encantador.
Viene y va con los recuerdos invencibles
que dejaste en mi memoria.
Y ha quedado de este amor insólito
una estúpida poetisa con historias que contar
y una mancha de dolor en mi vestido
de suspiros y de sueños imposibles.
Son iguales de inhumanos
los atardeceres en verano.
La Dama de Vermut