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Dickinson, la poetisa solitaria

Emily Dickinson (1830-1886), la poeta solitaria, es reconocida por sus poemas como uno de los pilares de la literatura moderna estadounidense junto con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.


“A veces la soledad es un acto de libertad”. A parecer ese era el pensamiento de Dickinson, quien pasó los últimos veinte años de su vida recogida en su casa, consciente de que no se le había perdido nada entre las multitudes.


La gran poeta americana fue también una gran solitaria. Vivió toda su vida en Amherst, (Nueva Inglaterra), en el hogar de sus padres, y apenas salió de allí para unas pocas escapadas a Washington, Boston o Filadelfia.


Fue en el Mount Holyoke Female Seminary donde estudió Botánica, Historia Natural y Astronomía; saberes que se colaron en sus versos. Sus primeros poemas son de 1850.




Su Obra


«Fue una mujer solitaria, sí, pero luminosa y con una tendencia a la sutil ironía que le da chispa y gracia aérea. En su recogimiento influyó saber que afuera, en la vida social, le esperaba una enrarecida moral provinciana. Se recogió en el hogar familiar para preservar su libertad (aunque parezca paradójico) y para no pervertir su complejo mundo interior», comenta en una entrevista para ABC el poeta Lorenzo Oliván.


La filóloga Margarita Ardanaz, lo explica así: «Ella escogió la soledad. No tenía un interlocutor válido, y por eso decide aislarse y escribir, y presentar al mundo su visión a través de la poesía». Escribía por necesidad, como una forma de conocimiento, como una forma de comunicación con el futuro, pues apenas publicó unas pocas composiciones en vida, y sin firmar. En sus cuadernos, en cambio, guardaba cerca de dos mil poemas.


José Luis Rey, traductor de su poesía completa, nos cuenta «A mí me gusta compararla con Keats, porque su poesía surge como una conversación con el lector. Es una poesía coloquial, cercana pese a ser honda, que nos interpela constantemente, que dialoga con nosotros».


En el relato de su vida se suele achacar su aislamiento a la muerte de sus seres queridos, a una especie de enfado o desquiciamiento con la realidad. En efecto, sus últimos años estuvieron marcados por la pérdida: la muerte de su padre en 1874, la de su madre en 1882, la de su sobrino Gib a los ocho años en 1883… Sin embargo, José Luis Rey no cree que esto sea así, pues su obra destila un vitalismo particular. «Nos propone una forma de adorar la vida, la poesía. Tuvo que amar mucho la vida para escribir así, tenía un talento especial para las cosas íntimas. Decía que tenía el mundo entero dentro de sí, aun sin salir de su habitación», asevera.


En la soledad de su habitación Dickinson halló tesoros, tal vez porque su confinamiento fue un acto voluntario, de libertad. Lorenzo Oliván opina que fue un camino hacia la autenticidad, aunque insiste en que no es el único. «Volar los puentes a ella le sirvió para subrayar su individualidad y su estilo personalísimo. Pero uno también puede encontrar su estilo y su verdad fundiéndose con el mundo, dejando que entre en su poesía a lo grande, como le ocurrió a Whitman», apunta.




Los 1789 poemas de Dickinson


Existe un asombroso volumen que contiene los 1789 poemas que Emily Dickinson dejó al morir, inéditos prácticamente todos y recopilados por su hermana Lavinia hasta conseguir un editor para los mismos. Los poemas están ordenados cronológicamente, en tres grandes bloques: LA MAÑANA, MEDIODÍA y LA TARDE, siguiendo siempre la edición de 1998 de R.W.Franklin.


La Naturaleza es un motivo constante en la poesía de la gran contempladora que fue Dickinson. Flores, abejas, pájaros, otoños, veranos, primaveras, inviernos…


El amor es una pasión determinante en la poesía de Dickinson, y permea muchos de sus poemas, y siempre con una intensidad arrobadora, fueran quienes fueran sus amados.




El herbario de Dickinson


En 1845, la escritora estadounidense recolectó, prensó y clasificó 424 especies de flores en una zona rural de Massachusetts. Hoy, el manuscrito es una fuente de investigación para botánicos y naturalistas de todo el mundo.


Este herbario, que comienza con un jazmín blanco común y culmina con un racimo de flores de un romero azul, es un documento científico que permite aproximarse con rigurosidad a la vegetación de la zona y es una primera herramienta para trazar el origen desconocido de muchas especies no nativas.


El herbario de Emily Dickinson, conservado en la biblioteca de libros raros de la Universidad de Harvard, contiene 424 especímenes de flores silvestres de la zona rural de Massachusetts, Estados Unidos, ordenados en 66 páginas con el sistema de clasificación de Linneo. El manuscrito original, que tiene el lomo verde y los nombres de las plantas escritos a mano en latín botánico con la elegante caligrafía de Dickinson, se terminó de hacer en 1845, cuando la poeta tenía apenas 14 años. Con el paso del tiempo, este herbario desconocido para la mayoría de críticos literarios se convirtió en un documento científico que ha servido de investigación para muchas generaciones de biólogos y naturalistas en el mundo.


Inés Álvarez, científica titular en el Real Jardín Botánico de Madrid, cuenta por teléfono que el herbario de Dickinson es un documento extraordinario para la época: “Conseguir una colección de este calibre con el mimo y el cuidado con la que está hecha es sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que es la obra de una adolescente de principios del siglo XIX”.


De acuerdo con la científica, especializada en la biología evolutiva de las plantas, los especímenes que Dickinson recolectó, ordenó y prensó para su herbario se conservan en condiciones casi ideales. “Ella era naturalista, le gustaban las plantas, pero también los insectos, las mariposas y los pájaros”, afirma Álvarez. Y continúa: “Creo que dejó un legado importante para la botánica. Su herbario es un catálogo de las flores que crecían o se cultivaban en una zona específica de América del Norte, que sirve para que los científicos hagamos estudios y comparaciones”.


En el herbario de Dickinson ya estaba contenida su capacidad poética y su amor por la naturaleza.


El herbario de Dickinson es uno de los primeros documentos de botánica realizados por una mujer joven en la era victoriana. “Emily era una mujer rebelde, especial, íntima, que no se relacionaba mucho con el mundo exterior, que no viajó y no tuvo amantes conocidos, pero a quien le interesaba mucho la ciencia y la belleza de la naturaleza”, dice Álvarez. Y añade: “No conozco mujeres de la época con inquietudes similares. Hay científicas, pero esta mezcla de sensibilidad por lo natural, por la ciencia materializada en la poesía y en el arte no era muy común”. Más de dos tercios de las cartas de Dickinson a familiares y amigos, y un tercio de sus poemas tienen a las flores como tema principal.


En la época en la que terminó su herbario, Emily Dickinson aún no escribía versos, pero en ese álbum está contenida una gran parte de su futura inspiración poética. Las posibilidades muy limitadas de educación que se ofrecían entonces a una mujer de su clase las aprovechó al máximo.



«Desearía sentir lo que sienten los demás, pero no es posible».



Fuentes:


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